¡Oh, Sancho Panza, escudero fiel! Contempla estos desdichados que pululan por el camino, cual rebaño de ovejas descarriadas. Se jactan de ser honrados hombres y mujeres de Dios, pero sus corazones albergan la vileza de los más ruines villanos.

Mira como se pavonean por la plaza, con la frente en alto y la mirada altiva, como si no supieran la vergüenza que les corroe por dentro. Han recibido un servicio, un bien preciado que les ha aliviado la carga o les ha dado placer, pero se niegan a pagar por ello.

Son como esos molinos de viento que confundí con feroces gigantes, solo que estos son más peligrosos, pues su avaricia no conoce límites. Con palabras dulces y promesas vanas, embaucan a los incautos, haciéndoles creer que son benevolentes benefactores.

Pero en cuanto obtienen lo que desean, se transforman en fieras bestias, negándose a cumplir sus palabras y dejando a sus víctimas en la miseria. ¡Oh, Sancho! ¡Qué deshonra para nuestra sociedad!

Estos bellacos, con su falsa apariencia de piedad, corrompen el alma de los hombres y siembran la desconfianza entre nosotros. Olvidan las enseñanzas de nuestros antepasados, que nos inculcaron la honradez y la justicia como pilares fundamentales de una sociedad sana.

Pero no temas, Sancho, que la justicia divina no los dejará escapar. Un día, sus artimañas serán expuestas a la luz del sol y serán condenados a la vergüenza eterna. Mientras tanto, nosotros debemos seguir nuestro camino, luchando por la verdad y la justicia, y dando ejemplo de honradez a las futuras generaciones.

¡Que Dios nos guíe en esta noble empresa!